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Vida de profesor

Vendo coche

Vendo coche Mientras suena de fondo la marcha que anuncia la llegada de Sarastro y su comitiva, uno no puede soslayar los asuntos más mundanales, y el de la venta de mi coche es el que merodea mi cabeza sin remisión, ajeno a las preocupaciones en MP3 de Papageno ante Pamina por su intento de huida.

Ese tipo de la foto y yo hemos pasado dos años muy intensos. Nuestra relación no ha sido fácil, pero han primado los momentos felices sobre los amargos. Ahora, con mi vuelta a España, hemos de terminar nuestro camino en común.

Lo encontré con 103,000 millas (unos 160,000 kilómetros) y vamos a terminar nuestra andadura con 137,000-200,000, tras llevármelo de paseo por 9 estados de Norteamérica. Me costó 2750 dólares y lo voy a vender por 900, si es que alguien me los da.

Se le olvidó soplar aire frío el verano pasado, pero su cálido aliento me protegió todo el invierno de las nieves y las temperaturas bajo cero.

Lo estampé hace año y medio contra un ciervo que apareció de la nada en una noche lluviosa y sin tráfico. Yo, desagradecido y desalmado, no dispuse el dinero que me dio el seguro para maquillar el estropicio de mi amigo.

Tampoco usé otro cheque para regalarle las nuevas gafas, que también aportaba el seguro, tras el granizo -tamaño de bolas de golf- del año pasado.

Dos veces se enfadó seriamente conmigo y me sacó de la carretera, por más que yo le mimaba, en dos de esas mañanas de nieves y hielos en que toda persona con un dedo de frente se queda en casa ajeno a sus responsabilidades laborales, y es que la vida vale más que la paga de un día.

En una ocasión se enojó tanto que paró en medio de la nada en una neblinosa mañana. Se puso en huelga y destrozó la correa del ventilador. Menos mal que, tras media hora de fría espera, unos padres de una alumna me reconocieron y me llevaron a casa (a hora y media de distancia). La grúa y mi dinero se encargaron de traerlo de nuevo a casa tras convencerle de que la huelga no lleva a ninguna parte.

Cuatro veces nos ha afeado la conducta la policía por fundirse la luz del faro delantero sin percatarme y por exceso de velocidad (no más de 5 millas por hora más del límite, eso sí) en la entrada de las pequeñas poblaciones.

Mi coche no se transformará nunca en un Lamborgini del 2004, al contrario que la anciana de la Flauta mágica de Mozart (que sigue sonando) que se convirtió en una bella joven vestida de plumas. Así que, si nadie lo quiere, lo daré al enterrador de coches, quien me dará 100 dólares por las piezas. Sé que humillaré a mi viejo amigo, pero no me deja otra salida.

3 comentarios

Amaría -

Veo que le gusta el uso del término soslayar, pero me temo que no es la primera vez que lo usa en contexto equivocado.

soslayar:
1. tr. Poner una cosa ladeada, de través u oblicua para pasar una estrechura.
2. tr. Pasar por alto o de largo, dejando de lado alguna dificultad.
Se refiere usted a que "uno no puede (posponer,aplazar, olvidar, retrasar, preterir, relegar, retardar, desatender, atrasar, demorar) los asuntos más mundanales"

Por otra parte he de decirle que es estupendo que usted mime a su coche y que siga mimándoLO hasta que se deshaga de él.

Suerte con a las "pirañas compra-venta", le insultarán con ridículos precios. Vender un coche "reusado" en el país donde usted vive es poner una pica en Flandes.

lilibet -

Profesor, ha sido tan inteligente su oferta, tan emotiva y poética, que si tuviese en donde guardar un coche, se lo compraba.Por favor:al desgüace nó.Cómprelo alguién.

Vailima -

Profesor, si llevarlo al despiece es la última solución, adelante y afróntalo con valor. Si tu compañero ha de terminar así sus días, al menos léele el magnífico post que le has dedicado. Seguro que te lo agradecerá.
Un saludo