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Vida de profesor

¡O estudias o te pago!

¡O estudias o te pago! Hay casos de estudiantes perdidos en España que podrían volverse a "encontrar" con tan solo un poco de dinero. Si uno no estudia se le debería dar dinero para que lo haga, ese es el agente motivador por excelencia. Obviamente, si se hiciera extensiva esta práctica ningún estudiante estudiaría como un fin en sí mismo, sino que lo harían por dinero, lo cual supone una práctica irrealizable.

Sin embargo, hay casos límite en que se debería hablar con los estudiantes y sus familias para que, a cambio de dinero, y llevado con la máxima discreción posible, los alumnos se comprometieran a estudiar y a rendir unos mínimos que serían premiados en forma de salario.

Las mínimas becas que se dan hoy en día sólo llegan a contados estudiantes. Si en vez de becas lo llamamos salario, lo aumentamos y pedimos un rendimiento como el que le pediría un jefe en una fábrica de automóviles, muchos estudiantes estarían encantados de ir a trabajar al centro educativo y ellos mismos se lo tomarían en serio porque hablamos de un dinero muy suculento.

Lo que parece un derroche económico no sería más que una inversión a medio plazo ya que disminuiríamos el número de tontos e incultos, lo cual constituye el mayor lastre para la economía de un país.

En México parece que funciona, como indica hoy La Vanguardia:

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Un salario para estudiar

http://wwwd.lavanguardia.es/Vanguardia/Publica?COMPID=51172032354&ID_PAGINA=788&ID_FORMATO=9&PARTICION=416&SUBORDRE=3

CÓMO CAMBIARÁ LA vida de una sola de esas niñas si, en vez de ir a la fábrica, al campo o al prostíbulo, le damos la posibilidad de ir a la escuela

XAVIER SALA I MARTÍN - 00:00 horas - 17/12/2004
Dentro de poco empezará el curso escolar en el hemisferio sur. Lamentablemente, millones de niños de Tanzania, Mozambique, Angola, Lesotho, Malaui, Madagascar o Suazilandia no sentirán aquella sensación especial que sentíamos nosotros en la víspera del primer día de clase, ansiosos por estrenar carpesano, plumier y bata y por saber quién sería nuestro nuevo profesor. Y es que unos 75 millones de niños africanos no van a ir al colegio este año porque sus familias no se lo pueden permitir. El tema es grave, porque un país no se puede desarrollar sin una ciudadanía educada. Es más, las niñas sin escolarización tienen más hijos y éstos gozan de peor salud y mueren antes de los cinco años con mayor probabilidad. La educación, pues, tiene importantes beneficios económicos, sociales y de salud pública.

El principal problema es que ir al colegio en África es muy caro. Por un lado, en muchos países se tiene que pagar matrícula. En Tanzania, por ejemplo, ésta es de unos 10.000 chelines tanzanos (unos 10 dólares por curso). Por otro lado, hay que comprar uniformes (17$), libros (5$) y transporte (3$). El coste total por niño es, pues, sólo de unos 35 dólares anuales, una cantidad no muy elevada para nosotros, pero toda una fortuna para los ciudadanos de Tanzania, cuya renta per capita es de ¡240 dólares!

Esto, aun siendo una barrera importante, no es la más grande. Lo peor es que las familias más pobres -sobre todo las que viven en las zonas rurales- no pueden sobrevivir sin el salario del trabajo infantil. El coste de oportunidad de ir al colegio -es decir, el dinero que el niño deja de ingresar si va a la escuela en lugar de a trabajar- es más prohibitivo que los 35 dólares de gastos directos.

¿Cómo se arregla esta situación? Encontramos una posible pista en México: en 1997, el presidente (y economista) Ernesto Zedillo observó que los estados más pobres de ese país sufrían un problema similar al que he descrito para África e introdujo un inteligente programa llamado Progresa, a través del cual se pagaba dinero a las familias pobres a cambio de que los niños fueran al colegio. Al no perder el salario de los menores, pensó Zedillo, los incentivos a escolarizar aumentaban.

Han pasado siete años y el programa -rebautizado por Vicente Fox con el nombre de Oportunidades- llega ya a 5 millones de familias mexicanas. Progresa/Oportunidades ha sido catalogado por los expertos como un éxito espectacular. No sólo ha sido alabado por instituciones internacionales -la Unicef hace especial mención en su Estado de la infancia en el mundo 2005-, sino que ha sido copiado, entre otros, por los gobiernos de Bangladesh, Pakistán, Chile, Colombia, Brasil, Nicaragua y Honduras.

Implementar algo similar en África tiene un problema: se necesita un dinero que los gobiernos de ese continente no tienen. Por este motivo, la Fundación Umbele (www.umbele.org) acaba de lanzar un programa que intenta hacer algo parecido a través de la iniciativa privada.

Como ya expliqué en estas páginas el 17 de septiembre pasado, Umbele recauda dinero entre ciudadanos de países ricos (es decir... ¡ustedes!) y lo envía a África sin perder ni un euro por el camino. Para conseguirlo, Umbele se sirve de una red de personas que ya están trabajando en África: nuestros misioneros. Pues bien, el nuevo programa aprovecha esa infraestructura y paga a las familias africanas un salario para que los niños acudan a la escuela. Los misioneros deben garantizar que los niños efectivamente van al colegio antes de cobrar, cosa que ellos pueden comprobar con facilidad, ya que normalmente trabajan en escuelas (por cierto, dado que Umbele no es una fundación religiosa, se comprometen a no utilizar el dinero con finalidades evangelizadoras).

Con este programa, no sólo se suplementan los ingresos de las familias más pobres, sino que, al mismo tiempo, se proporcionan los incentivos para que los menores no abandonen la escuela para ir a trabajar. En la medida de lo posible, el programa intenta beneficiar a mujeres y niñas. Primero, porque las niñas son las primeras que abandonan la escuela para buscar trabajo. Segundo porque, como ya he dicho, la educación femenina tiene beneficios sociales adicionales en el campo de la salud. Y tercero, porque dando una fuente adicional de ingreso a las mujeres, se fortalece su posición en la familia y dentro de la comunidad.

El trabajo infantil es un fenómeno que produce -y debe producir- rechazo en los países ricos. Pero el simple boicot a las multinacionales tiende a generar resultados contraproducentes. A todos los que odian ver a menores trabajando Umbele les proporciona un mecanismo para contribuir a solventar el problema: ¡envíen dinero para que, en lugar de trabajar, los niños puedan sobrevivir yendo a la escuela!

Sí. Ya lo sé. Para hacer que sigan estudiando los 75 millones de niños y niñas que este febrero no van a regresar al colegio, se va a necesitar mucho más de lo que ustedes, yo, la Fundación Umbele o todas las ONG del mundo podemos contribuir. Pero eso no es una excusa para no hacer nada. Piensen en cómo cambiará la vida de una sola (¡una sola!) de esas niñas si, en vez de ir a la fábrica, al campo, al prostíbulo o a buscar comida en los vertederos de basura, le damos la posibilidad ir a la escuela. Y mientras lo piensan, recuerden que, para ella, quizá esta sea la última oportunidad para salir del pozo, la oportunidad que brinda... un salario para estudiar.

X. SALA I MARTÍN, de la Fundació Umbele, la Columbia University y la UPF www.columbia.edu/%7exs23

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