La catedral del mundo
Describía Saramago los centros comerciales como las nuevas catedrales. No le falta razón al ínclito escritor: Las gentes pasean por dichos lugares subyugados por productos comprables. Gastar dinero es un fin en sí mismo, el producto adquirido es lo de menos.
En Minneapolis se encuentra el centro comercial más grande del mundo, que por tener tiene hasta una montaña rusa en su interior (vease la foto). Allí se pueden encontrar desde preciosas chaquetas de cuero en rebaja (gracias a las maquilas y la temporada) hasta utensilios de dudosa eficacia para dar masajes, pasando por todo tipo de caramelos, refrescos, pareos hawayanos, lámparas terapéuticas, figuritas recogepolvos y edredones de llama.
La sobredosis de producto comprable sumerge al consumidor en un éxtasis tal que confunde el acto de compra con el del rezo, y la reflexión transcendente con la adquisición de bienes inservibles.
Interesante espectáculo, como fenómeno social. Pero sólo como eso.
En Minneapolis se encuentra el centro comercial más grande del mundo, que por tener tiene hasta una montaña rusa en su interior (vease la foto). Allí se pueden encontrar desde preciosas chaquetas de cuero en rebaja (gracias a las maquilas y la temporada) hasta utensilios de dudosa eficacia para dar masajes, pasando por todo tipo de caramelos, refrescos, pareos hawayanos, lámparas terapéuticas, figuritas recogepolvos y edredones de llama.
La sobredosis de producto comprable sumerge al consumidor en un éxtasis tal que confunde el acto de compra con el del rezo, y la reflexión transcendente con la adquisición de bienes inservibles.
Interesante espectáculo, como fenómeno social. Pero sólo como eso.
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