Cementerio
En Irán entierran de este modo a los finados. Una vez bajo tierra, mirando a La Meca apoyados en su hombro derecho y sin ataúd que alargue su protección contra los gusanos y las filtraciones de agua, se tapa el agujero con una modesta lápida con su nombre, año de nacimiento y defunción, así como alguna frase emotiva del Corán que haga referencia al viaje hacia la eternidad.
Los cementerios iraníes suelen ser extensos espacios donde las tumbas conviven unas junto a otras sin apenas separación entre ellas; allí se percibe con facilidad el contraste entre el que fue pobre y el que tuvo dinero en vida por la magnitud de su lápida, que a veces se apoya de la magnificencia de una estatua. Del mismo modo, cuanto más céntrica esté, como los pisos de Madrid, más caro será el asunto.
Los que fueron muyahidines (ese turbio grupo de hipermachistas que pretendían llevar a cabo una interpretación radical del chiísmo desde una perspectiva de izquierdas -dirigidos, curiosamente, por una mujer exiliada en Francia- que se dedicaron en la frontera a matar iraníes que volvían a su patria tras la lucha durante la guerra contra Irak y a programar magnicidios) y demás enemigos de la Revolución Islámica, se encuentran en la parte más alejada del cementerio, entre las ruinas y el deterioro de sus tumbas que nadie visita por asco, por desprecio o por simple miedo a sufrir represalias.
No hay cruces, no hay símbolos, apenas hay luz por la noche y todo lo invade el silencio. Sólo unas palabras grabadas sobre la lápida que son accesibles cuando los familiares visitan al muerto y limpian, con las manos que extienden el agua por la piedra, la mugre que se acumula sobre los trazos persas. Si el muerto dio su vida por la patria su imagen éstará acompañada de la fotografía del líder espiritual de la revolución y de la bandera nacional. Como todos los mártires están en una misma zona del cementerio las miles de fotografías del líder producen un efecto óptico impactante.
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